Cristiano Ronaldo ha dado sobradas muestras de su carácter ganador. Hoy es el clavo ardiendo del Real Madrid para levantar la ‘orejona’ en el templo de Wembley a finales de mayo. Es el futbolista más en forma y más fiable del equipo que dirige Mourinho. Pero, como cualquier futbolista, convive con el temor del error y del fracaso. Es algo que se lleva dentro y que no aparece en la antesala de cualquier evento por pura superstición.
En su caso, está deseando sacudirse la marca que le dejó el partido de semifinales de la temporada pasada, en la que el Madrid cayó en los penaltis frente al Bayern en el Bernabéu. Otra vez los malditos once metros. Y eso que CR es un consumado especialista. Erró, como hicieron Kaká o Sergio Ramos. Neuer adivinó la dirección de la pelota mientras al delantero se le vino encima una losa de malos recuerdos.
Pésimas sensaciones en el momento más inoportuno. Y lo peor es que sus compañeros no fueron capaces de enmendar el error. No se repitió la película de la final de la Liga de Campeones del año 2008. Entonces el portero del Chelsea, Petr Cech, adivinó el lanzamiento de CR, pero sus compañeros del Manchester United sacaron del atolladero al equipo y, por ende, a Cristiano.
Su imagen, tirado en el césped del estadio Luzhniki de Moscú, corroboraba la tensión acumulada en apenas unos minutos. Se había derrumbado el hombre de carácter y aparecía el niño superado por las emociones. Ese mismo año, en semifinales, CR había fallado otro penalti en el Camp Nou ante el Barcelona, error también enmendado. La cruda realidad es que Cristiano Ronaldo tiene una espina clavada desde el partido contra el Bayern Múnich y ahora le viene de frente el Borussia Dortmund con el cartel de menos favorito. Seguro que CR tirará de nuevo si se llega a la tanda de penaltis, pero que sería una lotería verse de nuevo en esa tesitura.