‘La estabilidad es ganar’. Así despachó Florentino Pérez el despido de Pellegrini, que no debía ser un mal entrenador cuando él decidió contratarle. El regreso triunfal de Pérez, sin rival en las elecciones y aclamado por sus corifeos, se saldó con un año en blanco. Así que Pellegrini se fue con la música a otra parte. Florentino justificó su cambio de técnico con aquella definición que aplaudieron sus satélites informativos: la estabilidad es ganar. Para eso, para ganar, fichó a Mourinho, coleccionista de títulos y polémicas. El presidente mataba dos pájaros de un tiro: acallaba a sus críticos sepultando su fama de triturador de entrenadores y ocupaba un discreto segundo plano, lejos del desgaste de la primera línea de fuego. Una minoría silenciosa trató de advertir al presidente de que más allá de ganar o perder, el carácter del entrenador estaba devorando la imagen del club. Durante una Asamblea, el socio número 13.447 se dirigió a Florentino Pérez para aconsejarle: “Si tiene a un tigre de mascota, por responsabilidad tendría que tenerlo atado para que no se coma a la hija del vecino”. Pérez no escuchó. Es más, redobló su apuesta personal. Le entregó las llaves del club, le firmó un contrato millonario, después se lo amplió, le nombró mánager, le sirvió la cabeza de Valdano en bandeja de plata y le defendió después de cada refriega, a capa y espada, aún traicionando sus discursos institucionales.
Mourinho solucionó problemas al mismo tiempo que los creó: lideró un equipo que logró la Liga de los 100 puntos, equilibró los duelos con el Barça y mejoró la imagen del Madrid en Europa. Por el mismo precio, esparció su inconfundible tinta de calamar en forma de acusaciones sin pruebas, quejas y culpas al empedrado. En su primera temporada conquistó la Copa, en la segunda la Liga y en la tercera, apenas una Supercopa doméstica. Sólo dos títulos ‘grandes’ de 9 posibles. Mucho ante el mejor Barça de la historia, poco para un club de la dimensión del Madrid, que gastó 185 millones de euros en fichajes. Tras perder la final de Copa, Mou reconoció que esta temporada era un fracaso. Falta escuchar al presidente. En su primera etapa confesó haber consentido a los jugadores y ahora podría pensar que ha consentido demasiado a su entrenador. Hasta ahora, el matrimonio de conveniencia iba viento en popa. Ahora al resultadista le han abandonado los resultados y el futuro es diáfano: del barco de Mou se bajarán todos los que se vanagloriaban de ser sus grumetes. Después de chocar contra un iceberg, nadie quiere figurar ahora en ese Titanic. Sálvese quien pueda: las mujeres, los niños y los periodistas de bufanda, primero. El dedo que señalaba el camino ahora señala la puerta de salida. Sin Liga, sin Copa y sin Champions. Ahora se amontonan en el recibidor de palacio una legión de cortesanos que, después de tres años de adulación, se atreven a sugerir al emperador que su flamante traje nuevo, ese que sólo podían ver los listos, no existe. Y a estas alturas, por si el emperador aún no se había dado cuenta, resulta que se ha estado paseando en porretas durante tres largos años.
Hasta la fecha, Pérez sólo ha roto su silencio sepulcral durante una comparecencia pública improvisada, destinada a desmentir una portada del ‘Marca’. Entonces, quiso complacer a sus socios más beligerantes acusando a ese diario de orquestar una información con un único objetivo: desestabilizar al club. Días después, sin que nadie -ni socios, ni periodistas- reparasen o quisieran reparar en ello, el propio presidente se presentaba en la gala de ese mismo periódico que según él, quería dañar al Real Madrid. Cabe preguntarse qué tipo de extraña conjunción astral influyó para lograr que un presidente que acusa a un periódico de desestabilizar a su club, días después aparezca en la fiesta de esos desestabilizadores. Otro capítulo absurdo de ese apasionante debate sobre las relaciones entre el Real Madrid y la prensa. Un debate donde muchos creen que los periodistas quieren influir y medrar en el Madrid, pero donde pocos señalan que también el Madrid influye, orienta y controla la información de los medios de comunicación. Quizá no tiene suficiente con un canal de televisión propio. O con el colaboracionismo de los suministradores de estramonio, replicantes de la voluntad, pública o privada, de un ser superior. Volviendo al banquillo, el caso es que ahora, con Mourinho en el disparadero, Pérez tiene dos caminos: hacer autocrítica o comprar nuevos cromos con el dinero del socio, para goce de sus satélites. Tres años y 185 millones de euros después, Pérez se encuentra en el mismo sitio que cuando despidió a Pellegrini. Ante un nuevo proyecto y un nuevo entrenador. Otra vez, cambiar todo para que nada cambie. Que pase el siguiente. Y si pasa, se le saluda.
Para Florentino, la estabilidad del banquillo se basa en los resultados. Cabe preguntarse si esa estabilidad debería ser extrapolable a la presidencia. Por ahora, esa lógica acerca de la estabilidad es una política que no rige para el presidente del club. Pérez, madridista en esencia, empresario de éxito, de incuestionable capacidad de trabajo y poder de persuasión en las distancias cortas, ha edificado un Madrid líder en ingresos. Su gestión está jalonada por la polémica venta de los terrenos de la antigua Ciudad Deportiva, por los fichajes de Los Galácticos, por la universalización del club, por la revitalización de la marca, por la conquista de Asia a golpe de gira, la remodelación del Bernabéu, la Ciudad de Valdebebas y dentro de poco, por el parque temático del club. Esa realidad social contrasta con la deportiva. Después de dos lustros al frente del Real Madrid, Florentino ha invertido, con el dinero de sus socios, 855 millones de euros en comprar futbolistas. También ha invertido otra nada desdeñable suma en alicatar despachos con piel de leyendas, como Butragueño, Zidane, Sacchi o Pardeza. Nombres rutilantes y embajadores del madridismo, pero una suerte de jarrones de la dinastía Ming, por caros y decorativos, cuando se trata de tomar decisiones. Tras esa estela de millones, el presidente apenas ha ganado cinco títulos ‘grandes’ en 10 años: 3 Ligas, 1 Champions y 1 Copa. Sólo ha podido ganar 5 títulos ‘grandes’ de 30 posibles. Desde que Pérez regresó al Madrid en su segunda etapa, el Barça ha conquistado 12 títulos, por 3 del Real Madrid. Incluso el Atlético, con un presupuesto cinco veces menor que el del Madrid, ha ganado más (5 títulos colchoneros por 3 merengues). Hay más: en cinco de las diez temporadas de Pérez como presidente, el club no ha sido capaz de ganar ningún título grande (Champions, Liga o Copa). Y de propina, después de estos últimos diez años, el Barça supera en títulos, por primera vez, al Madrid (79 a 77). Los números revelan una paradoja: el presidente que predica que la estabilidad del Madrid pasa por ganar es el presidente que menos títulos importantes ha ganado en la historia reciente del club.
Hubo un tiempo en el que, en el Madrid, la estabilidad no pasaba por ganar. En esa época, el técnico era Vicente Del Bosque. El actual seleccionador conquistó 2 Ligas y 2 Copas de Europa, logrando un total de 7 títulos oficiales en apenas 3 años. En aquel entonces, el mismo presidente que dice que la estabilidad pasa por ganar, decidió no renovar el contrato de su entrenador, a pesar de haber dado su palabra públicamente, y Del Bosque se fue un día después de proclamarse campeón de Liga. Desde que Vicente se fue de ese banquillo, el Madrid no ha vuelto a ganar la Copa de Europa. Pero él no era un entrenador top. Es más, desde Del Bosque se fue de la que era su casa, el presidente de la estabilidad ha probado casi todo sin salirle casi nada: ha invertido 855 millones de euros en fichar futbolistas con el dinero de los socios y ha ganado 5 títulos grandes de 30 posibles. Así están las cosas.
Rubén Uría / Eurosport