No han sido pocas las comparaciones del actual Fútbol Club Barcelona con numerosos equipos históricos. Una de las más proliferadas ha sido con la legendaria selección de Brasil en el Mundial de 1970, cuando consiguió su tercer campeonato mundial con un fútbol rompedor y rutilante. Los expertos en materia futbolística no tienen reparo en admitir que la canarinha de Tostao, Rivelino, Jairzinho y compañía sea probablemente el mejor equipo que jamás ha pisado un césped. En él brilló por encima de todos un jugador: Edson Arantes do Nascimiento, más conocido como Pelé.
Los años 70 fueron sin duda el escaparate perfecto donde muchos equipos exhibieron su majestuoso juego. El genio Johan Cruyff rompía todos los cánones establecidos en Europa y Pelé también grababa su página de oro en la historia con la selección brasileña. Desde el apoteósico Mundial de México 1970, Brasil ya no es conocido únicamente por sus sambas y playas de arena fina y agua cristalina. Es la tierra donde se gestó y patentó el jogo bonito, el apelativo inequívoco de la verdeamarelha. Tan sublime fue Brasil en el Mundial 1970 que un rotativo inglés llegó a publicar. Debería estar prohibido jugar tan bello.
Brasil llegaba al Mundial con la intención de depurar la decepcionante imagen que firmaron en Inglaterra 1966. Es especialmente recordado el encuentro de la segunda ronda en el que la Portugal de Eusebio castigó severamente a Pelé, cosiéndolo a patadas. En dicha cita, Brasil no superó el Grupo C en el que estaban encuadrados junto a la mencionada Portugal, Hungría y Bulgaria. O Rei tendría que esperar para alzar su tercer Mundial consecutivo desde aquella sorprendente irrupción en Suecia 1958 cuando sólo contaba con 17 años.
Ya sin Garrincha, para el certamen de 1970, habría nuevo seleccionador, Mario Zagallo, que sustituyó a Joao Saldanha, un técnico experimentado y con formación periodística. Pensaba que Pelé no estaba en condiciones aptas para ser la bandera del equipo y habría acabado siendo suplente en la seleçao. Temeroso de ello, Pelé encabezó una revuelta en el vestuario que acabó con la destitución del técnico. El nuevo seleccionador, Zagallo, era conocedor del fútbol brasileño, amigo de Pelé, pues jugó con el crack brasileño en el Mundial de Suecia 1958 y conocía a los jugadores que finalmente convocaría para el Mundial. Dicho sea de paso, el dictador Garrastazu Médici también influyó con creces en el cese de Saldanha y obligó a incluir al delantero Darío, en contra del criterio del seleccionador Lobo Zagallo.
Ante las elevadas temperaturas, los jugadores de Brasil sufrieron unas intensísimas sesiones de preparación física. El comienzo de la leyenda tiene fecha: 31 de mayo de 1970 en el Estadio Azteca de México, un escenario mítico en el que Diego Armando Maradona, dieciséis años después, marcaría el gol más recordado de la historia. En este encuentro se enfrentaron Brasil contra la URSS. Pese a que el partido acabó sin goles, fue una alegoría al espectáculo y una melodía para el espectador. Cinco jugadores brillaron por encima de todos en una posición semejante a la de mediapuntas, pero de un carácter mucho más ofensivo al que hoy entendemos por esa demarcación: Pelé, buque insignia del Santos que bailaba con las posiciones, Rivelino, jugador del Corinthians, iba en el extremo zurdo; Gerson, del Sao Paulo, iba situado en la mediapunta pura del ataque; Jairzinho, enrollado en las filas del Botafogo, se encontraba de extremo diestro y, sólo en la punta de ataque pero no menos peligroso, se encontraba Tostao que entonces jugaba en el Cruzeiro. Fue un error jugar con cinco mediapuntas, pero al final ganamos el Mundial, comentó Jairzinho en una entrevista muchos años después.
Este equipo es el germen del Fútbol Total que aparecería pocos años después con la Naranja Mecánica de Rinus Michels y Johan Cruyff. Los brasileños tenían impreso en su alma esta forma de jugar, arrolladoramente ofensiva, con intercambio de posiciones, en las fantásticas transiciones, en la utilización de laterales muy ofensivos (Carlos Alberto y Everaldo), en la forma tan efectiva de bascular sobre el terreno de juego y, sobre todo, en la colectividad yacente en su juego. Brasil del 70 jugaba con los rivales y las transiciones parecían eliminar a los rivales del terreno de juego. Era un baile reservado para los jugadores de la canarinha en el que el balón era el invitado de oro. Todos jugaban al fútbol pero Brasil jugaba a otra cosa…
Los de Zagallo dejaron momentos inolvidables en cada partido de un Mundial donde una perfeccionada televisión dejó inmortalizados grandes recuerdos, como el engañó de Pelé al portero uruguayo Mazurkiewicz que no acabó en gol pero fue un mano a mano de bella factura. De este modo, el camino al éxito de Brasil fue inmaculado y solventaron el pase hacia la gran final, desplegando un fútbol preciosista y sublime. Con gran superioridad, Brasil goleó en la primera fase a Checoslovaquia por 4-1, derrotaron a Inglaterra de Bobby Charlton, Bobby Moore y Gordon Banks, actual campeona del mundo, por 1-0 y a Rumanía por 3-2. En cuartos el rival a batir fue Perú de Teófilo Cubillas por 4-2 para pasar a una semifinal en la que eliminarían a Uruguay por 3-1, resarciéndose de la dolorosa derrota en Maracaná veinte años atrás.
Esa fue la ruta para llegar a la gran final del 21 de junio de 1970 en el Azteca ante Italia de Facchetti, Bertini y un veterano Gianni Rivera. Ante 108.000 espectadores, Brasil vapuleó a Italia por un recital de 4-1 en un partido que supuso la consagración de una generación de la que no se conocen precedentes. Dicho esto, la sonrojante derrota de Italia fue un golpe al resultadismo propio del catenaccio y un duro revés para esa tendencia. Mario Zagallo, partícipe en todas las victorias de la canarinha en un Mundial excepto en Corea-Japón 2002, alineó un once que ya forma parte de la historia de los Mundiales: Félix; Carlos Alberto, Brito, Piazza, Everaldo; Clodoaldo, Gerson; Jairzinho, Tostao, Pelé y Rivelino. Un equipo imaginativo que practicó un fútbol espontáneo, alegre y alejado de complejos entramados tácticos.
Italia, por su parte, había hecho un gran trabajo para llegar a esa final y había firmado un excelente campeonato. De hecho, Boninsegna igualó el marcador después del gol de Pelé. Sin embargo, el devastador, aunque a la par exquisito, jogo bonito de la canarinha doblegó el resultado, arrasando a la selección de Italia. Gerson, Jairzinho y Carlos Alberto marcarían los goles restantes. El tanto del defensa, el cuarto de esa memorable tarde mexicana, fue la perfección plasmada en cuatro líneas de cal. Ese inenarrable gol en el minuto 84 resume la esencia de esta selección. El balón se desplazó del lateral izquierdo al extremo diestro en cuestión de segundos, todo ello aderezado con enérgicos regates y demoledores cambios de ritmo.
Individualmente, Brasil contaba con un equipo de ensueño. Pelé, con su 10 a la espalda, disputó el que fue su último Mundial. Era el alma del equipo, la bandera de la selección y el portentoso icono del fútbol internacional. En la delantera, la canarinha contaba con un 9 que rompía las normas establecidas en ese momento. En efecto, Tostao era de corta estatura, muy hábil con el balón y con una excelente calidad técnica. Era fundamental en el equipo por su facilidad para caer a banda y hacer bascular a los defensas hacia allí. Rivelino era el extremo izquierda. Con su particular bigote, era un zurdo cerrado cuyas galopadas hicieron posible el triunfo de Brasil en el Mundial. Por la derecha, el 7 del equipo era Jairzinho, un extremo a la vieja usanza, con un delicioso regate y un demoledor disparo a media distancia, partiendo desde una posición muy cercana a la línea lateral.
Uno de los grandes olvidados de esta selección era Gérson, el hombre más retrasado de los citados. Eclipsado por sus compañeros, era un jugador como pocos se han conocido en el centro del campo. Algo lento y nulo en el remate de cabeza, su elegancia y temple dejaban de lado sus hándicaps. Orquestaba el juego brasileño desde el centro del campo, proveyendo de balones a los jugadores más habilidosos que se encontraban en las líneas superiores del terreno de juego e hilvanada el sistema ofensivo del equipo. Además, era un gran rematador de balones. En la retaguardia, Carlos Alberto era el capitán de esta histórica selección y, con permiso de Cafú, el mejor lateral derecho de Brasil. Por el costado izquierdo, Everaldo se desempeñaba en tareas de lateral-carrilero de gran recorrido y llegada al ataque. Brito y Piazza se constituían como los aguerridos y expeditivos centrales de Brasil, a la par que Clodoaldo erigido como el mediocentro que conectaba la línea defensiva con la ofensiva.
Para concluir, este Mundial fue una llamada a la maestría y, sin duda, el mejor Mundial de todos los tiempos. Grandes selecciones, como Inglaterra de Bobby Charlton, Italia de Gianni Rivera y Perú de Teófilo Cubillas. realizaron un excelente papel en el que ha sido el Campeonato del Mundo más limpio que jamás se ha visto con un solo expulsado y sin ninguna controvertida actuación arbitral. Fue el tercer Mundial de Brasil, título que le otorgaría en propiedad la Copa Jules Rimet. Pelé alzó su tercer Mundial, una proeza que nadie se ha atrevido a igualar. Brasil tocó el cielo en un juego inventado por los ingleses y en el que los mismos brasileños le imprimieron el arte.